Y cuando desperté
el monstruo aun seguía ahí.
No podía verlo, pero podía sentirlo. Me levanto y me acerco a la habitación contigua, donde estaba aquella ventana tras la cual estaba el monstruo. Me asomo a ella con temor y allí me estaba el esperando. Una mirada de recelo me recibe cuando hacemos contacto visual. Al instante siguiente el recelo pasa a rabia. Ahí estaba el causante de todo aquel destrozo y de que mi vida hubiese ido por semejante camino de espinas. Le grite en un arrebato de furia. Le increpe por todo lo que había hecho y le escupí al cristal con todo mi desprecio. El no se quedo corto y me devolvió los insultos y sardónico como era, también el escupitajo. Después de un largo intercambio de bravuconadas, gruñidos y, finalmente, oscas miradas, ambos nos retiramos a nuestros rincones. Antes de salir de aquel cuarto maldito recojo una bayeta que hay en el Suelo junto al inodoro. Enciendo el grifo del lavabo y la humedezco. Lenta y minuciosamente la paso por el cristal del espejo que hay justo encima del grifo, y una vez limpio de salivazos, marcas de agua y huellas dactilares vuelvo a tirar la bayeta al suelo. Me miro un instante a los ojos y me voy dando un portazo cuando una lagrima indiscreta amenaza con quebrar mi aspecto de seguridad. Dentro del baño, al otro lado del espejo, mi reflejo llora desconsoladamente su perdida. El día que me perdí a mi mismo perdí mi vida, y en ese mismo instante me convertí en mi propio enemigo
No podía verlo, pero podía sentirlo. Me levanto y me acerco a la habitación contigua, donde estaba aquella ventana tras la cual estaba el monstruo. Me asomo a ella con temor y allí me estaba el esperando. Una mirada de recelo me recibe cuando hacemos contacto visual. Al instante siguiente el recelo pasa a rabia. Ahí estaba el causante de todo aquel destrozo y de que mi vida hubiese ido por semejante camino de espinas. Le grite en un arrebato de furia. Le increpe por todo lo que había hecho y le escupí al cristal con todo mi desprecio. El no se quedo corto y me devolvió los insultos y sardónico como era, también el escupitajo. Después de un largo intercambio de bravuconadas, gruñidos y, finalmente, oscas miradas, ambos nos retiramos a nuestros rincones. Antes de salir de aquel cuarto maldito recojo una bayeta que hay en el Suelo junto al inodoro. Enciendo el grifo del lavabo y la humedezco. Lenta y minuciosamente la paso por el cristal del espejo que hay justo encima del grifo, y una vez limpio de salivazos, marcas de agua y huellas dactilares vuelvo a tirar la bayeta al suelo. Me miro un instante a los ojos y me voy dando un portazo cuando una lagrima indiscreta amenaza con quebrar mi aspecto de seguridad. Dentro del baño, al otro lado del espejo, mi reflejo llora desconsoladamente su perdida. El día que me perdí a mi mismo perdí mi vida, y en ese mismo instante me convertí en mi propio enemigo
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