Cuentan
que hace tiempo, mucho tiempo atrás, el Sol peinaba sus cabellos
sobre la Tierra.
La mayoría eran dorados y cálidos, pero también
tenía mechones de otros colores. Así, en las cercanías del Polo,
las diferentes y bellas tonalidades de sus cabellos asombraban a los
habitantes de la Tierra, y esto llenaba de orgullo al poderoso astro.
Un día, el Sol se percató de que tanto sus cabellos dorados como
los otros de colores hacían a los corazones de la gente mucho bien.
Y decidió coger un cabello de cada color y los dispuso en el orden y
la forma que aún hoy perduran. Cuando hubo terminado, lanzó el Sol
aquel hermoso mechón multicolor sobre la cúpula celeste para
compartirlo con el mundo, pero resultó que nadie prestaba atención
al monótono cielo azul, y su creación pasó desapercibida. Así
que, un día, convocó nubes negras de tormenta que descargaron y
atronaron un día entero sin cesar, buscando causar suficiente
alboroto como para llamar la atención de toda criatura viviente. Una
vez que el cielo dejó de caer sobre los habitantes de la Tierra y
que las nubes empezaron a ser apartadas por el fulgor del Sol, todos
miraron hacia arriba y cuando el cielo se despejó pudieron
contemplar el hermoso arco iridiscente que el Sol les regalaba. El
grito de júbilo que brotó de los corazones de todos hizo al enorme
astro brillar con más fuerza, lleno de orgullo. Y así, habiendo
juntado todos los corazones en uno gracias a su obra, tomó un pedazo
de cada cabello que formaba el arcoiris y lo convirtió en un símbolo
de unidad y amor, bajo el cual se amparaban los defensores del
respeto y la igualdad.
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