El
otro día soñé como me elevaba de mi cama, atravesaba el techo y
tocaba el cielo. Soñé que pasaba junto a las estrellas, y al
dejarlas atrás me envolvía la negrura. Soñé que a lo lejos, una
luz me reclamaba, y al acercarme, un paisaje de nubes blancas y
doradas llenaba mis ojos de luz. Soñé que tras un rato caminando
sobre aquel suelo de algodón, unas grandes puertas de oro enrejadas
me cerraban el paso, y al abrirse, salían a recibirme unos seres
bellísimos, muy alegres y con unas preciosas alas blancas. En mi
sueño, uno de aquellos ángeles se acercaba a mi y me ofrecía una
flor, la cual, era un premio por haber llegado hasta el paraíso.
-¡arriba!
¡es hora de levantarse!- la voz de mi madre me despierta. Un poco
confundido me incorporo y bostezo. Perezoso me froto los ojos y
siento algo que me roza la nariz. Miro mi mano y descubro una hermosa
flor blanca con el tallo verde y casi transparente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario