Hubo
una vez, en la inmensidad del firmamento, una pequeña estrella, tan
bella, que las demás parecían apagadas y sin brillo a su lado.
Un día, la mas envidiosa de esas otras estrellas le empezó a contar historias sobre el planeta azul que se veía desde donde ellas estaban. Le contó cosas maravillosas, y le habló de unos seres que poblaban aquella joya azul del espacio, los cuales, llamaron poderosamente la atención de la hermosa estrella. Día tras día la estrella envidiosa le contaba algo nuevo para alimentar la infinita curiosidad de su inocente compañera, hasta que finalmente, esta, decidió que iría al planeta azul. Las demás la animaron a que fuese cuanto antes y le enseñaron la manera que tenían las estrellas para viajar por el firmamento. Tenía, primero, que encogerse todo lo que pudiera, y justo después soltarse de golpe creando una explosión que la impulsaría. La bella estrella intentó un par de veces y cuando por fin lo consiguió y se puso en marcha escuchó el ruido de las risas de aquellas estrellas envidiosas que, sin saberlo ella, la habían engañado, pues del viaje que iba a realizar, no había retorno. Pasó un tiempo hasta que se acercó lo suficiente al planeta azul como para que su gran tamaño ocupara todo su campo de visión. Intentó reducir su velocidad para contemplar el hermoso panorama y y se dio cuenta de que no podía frenar, y no solo eso si no que, además, aceleraba por momentos, precipitándose contra la superficie de la tierra. La estrella estaba asustada, pues no sabía que podía pasar cuando llegase al suelo de aquel planeta, y también le preocupaba que los trozos de materia contra los que chocaba al entrar en la atmósfera fuesen reduciendo poco a poco su tamaño. Siguió cayendo y finalmente impactó contra el planeta azul. Afortunadamente había caído en la parte solida de la superficie terrestre y no en el agua, pues se habría hundido sin posibilidad de salir a flote. La estrella se incorporó poco a poco y miró alrededor. Estaba en un cráter que, supo al instante, había provocado su caída. Se fijó también en que tenia unas manos al final de un par de brazos finos y delicados, y lo mismo sucedía al final de sus largas y esbeltas piernas, que acababan en unos pequeños y preciosos pies. Ademas de estas extremidades, sobre su recién adquirida cabeza tenia una mata de cabello de un color muy hermoso parecido a la madera. Una vez se acostumbró un poco a este nuevo aspecto intentó salir del cráter. Al llegar al borde se encontró con un chico que la miraba maravillado, pues en la tierra no existía criatura tan bella como aquella que acababa de caer del cielo. La estrella entre curiosa y divertida le preguntó al chico quién era. Este le dijo su nombre y, sin salir de su sorpresa, le preguntó a la estrella el suyo. Ella no supo que contestar pues nunca había precisado un nombre. El, mirándola a los ojos, se dejó inundar por la luz que desprendían y le dijo:
Un día, la mas envidiosa de esas otras estrellas le empezó a contar historias sobre el planeta azul que se veía desde donde ellas estaban. Le contó cosas maravillosas, y le habló de unos seres que poblaban aquella joya azul del espacio, los cuales, llamaron poderosamente la atención de la hermosa estrella. Día tras día la estrella envidiosa le contaba algo nuevo para alimentar la infinita curiosidad de su inocente compañera, hasta que finalmente, esta, decidió que iría al planeta azul. Las demás la animaron a que fuese cuanto antes y le enseñaron la manera que tenían las estrellas para viajar por el firmamento. Tenía, primero, que encogerse todo lo que pudiera, y justo después soltarse de golpe creando una explosión que la impulsaría. La bella estrella intentó un par de veces y cuando por fin lo consiguió y se puso en marcha escuchó el ruido de las risas de aquellas estrellas envidiosas que, sin saberlo ella, la habían engañado, pues del viaje que iba a realizar, no había retorno. Pasó un tiempo hasta que se acercó lo suficiente al planeta azul como para que su gran tamaño ocupara todo su campo de visión. Intentó reducir su velocidad para contemplar el hermoso panorama y y se dio cuenta de que no podía frenar, y no solo eso si no que, además, aceleraba por momentos, precipitándose contra la superficie de la tierra. La estrella estaba asustada, pues no sabía que podía pasar cuando llegase al suelo de aquel planeta, y también le preocupaba que los trozos de materia contra los que chocaba al entrar en la atmósfera fuesen reduciendo poco a poco su tamaño. Siguió cayendo y finalmente impactó contra el planeta azul. Afortunadamente había caído en la parte solida de la superficie terrestre y no en el agua, pues se habría hundido sin posibilidad de salir a flote. La estrella se incorporó poco a poco y miró alrededor. Estaba en un cráter que, supo al instante, había provocado su caída. Se fijó también en que tenia unas manos al final de un par de brazos finos y delicados, y lo mismo sucedía al final de sus largas y esbeltas piernas, que acababan en unos pequeños y preciosos pies. Ademas de estas extremidades, sobre su recién adquirida cabeza tenia una mata de cabello de un color muy hermoso parecido a la madera. Una vez se acostumbró un poco a este nuevo aspecto intentó salir del cráter. Al llegar al borde se encontró con un chico que la miraba maravillado, pues en la tierra no existía criatura tan bella como aquella que acababa de caer del cielo. La estrella entre curiosa y divertida le preguntó al chico quién era. Este le dijo su nombre y, sin salir de su sorpresa, le preguntó a la estrella el suyo. Ella no supo que contestar pues nunca había precisado un nombre. El, mirándola a los ojos, se dejó inundar por la luz que desprendían y le dijo:
-
eres tan hermosa y delicada como una figura de cristal. Asique te
llamare Krista. - la estrella se puso contentísima de tener un
nombre, y mas aun uno tan bonito como aquel. Y dejándose llevar por
la alegría se lanzó sobre el muchacho para abrazarlo y del ímpetu
ambos cayeron al suelo. Y allí estuvieron riendo un rato hasta que
descubrieron el reflejo de sus ojos en los ojos del otro.
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