Y
después de tantas estrellas que se acercan y se van. Una fugaz, otra
que me acompañó y forjó de camino a la adultez, y la última que,
injusta, me desprecia, y finalmente me arranca el corazón del pecho,
aun habiendo intentado amurallarlo dentro de mi cuerpo.
Y ahora
después de tantos astros, estoy solo en el espacio. Belleza no
falta, pero tan lejana. Pocos asteroides me rodean o dejo que lo
hagan. La mayoría acompañados, como si tuvieran la formula secreta.
Sueño que vuelo a fulgurantes luces a lo lejos, me deleito en su
resplandor, pero al cabo me despierto. Aun así pongo mi orgullo por
delante e intento rechazar lo que me pide el corazón. Intento
convencerme de que solo estoy mejor. Mientras, la lluvia de cometas
pasa cruelmente cerca de mi, sin tener en cuenta que no se estirar el
brazo para agarrarlos, ni tengo el valor suficiente para intentarlo.
La primera estrella pareció morir en el cielo nocturno de aquella
historia. Pero no fue mas que el preludio a su regreso. Ahora esta
aquí, de nuevo, y yo no se como encajar lo que ¿siento? Pensé que
estaba olvidada pero en su presencia me desvanezco. Mudo y en blanco
la miro, y en silencio, imagino lo que pudo haber sido, lo que no fue
y quiero que sea ¿con ella? No lo se, quizá sea el recuerdo que me
empuja, tal vez el roto corazón que me sostiene, que unas manos que
recojan sus pedazos busca. Y mientras tanto el sol de primavera no se
apaga, sigue quemándome la vista con su resplandor, o eso digo para
justificar el llanto de mi alma. Ella parece feliz, y yo, mezquino,
deseo que no lo sea para consolarla. Busco la noche para que la
claridad y tibieza de la luna me terminen de curar las heridas, para
intentar forjar de una vez mi débil corazón, sometido a tantas
torturas.
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