El timbre del colegio se clavaba
en el cerebro de cualquiera. Era un sonido más molesto que otra
cosa, que parecía avisar de un ataque aéreo. Por suerte, o por
desgracia, para Luís, el profesor de matemáticas, el timbre
indicaba el comienzo de la última hora de clases. Recogió con
lentitud sus cosas de la sala de profesores y se encaminó encorvado
al aula 14B. Después de un par de tramos de escaleras llegó a lo
que, en primera instancia, parecía un coliseo romano, pues le
recibió una salva de gritos y risas de los que serían el público,
que espera la muerte de los gladiadores. Luis se sentía gladiador
cinco días a la semana.
- ¡¡Silencio!! - exclamó con
voz potente para, justo a continuación, observar al enjambre de
estudiantes correr despavoridos a sus sitios al grito de “¡el
profe, el profe!”.
Luis había aprendido que para
hacerse respetar tenía que imponerse sobre los alumnos de aquella
manera, o dabas un par de gritos y expulsabas a alguien o se te
comían vivo. De vez en cuando castigaba a algún alumno para dejar
claro que él no iba a permitir que se le subieran al a chepa. El
otro día castigó a Oscar, que estaba en aquella misma clase, por
pedir un bolígrafo, al muchacho no le pareció una decisión
correcta, pero después de cuarenta minutos cuchicheando sin parar
Luis debía intervenir. Más adelante descubrió que habían sido Ana
y Jorge, que se sentaban detrás de Oscar, y se prometió estar más
atento la próxima vez, aunque así al menos había dado ejemplo y
desde entonces el nivel de ruido había descendido bastante. Avanzó
hasta su mesa, dejó encima un taco de hojas en blanco y un
portafolios con papeles impresos y anunció:
- Examen sorpresa – Desvió la
mirada al suelo esperando una enérgica protesta pero tras unos
segundos de sepulcral silencio miró a su clase. Todos estaban
sentados, muy rectos, mirando al frente, en concreto le miraban a él,
de forma acusadora. Miró a la segunda fila, donde se sentaba Oscar,
y sonrió. Desde que le había echado de clase los alumnos apenas
protestaban, incluso llegaba a forzar situaciones, como aquel examen,
para ver hasta dónde aguantaban sus alumnos sin rechistar. Por el
momento solo recibía hoscas miradas y algún puchero mal disimulado.
Dividió el taco de folios entre los alumnos de la primera fila e
indicó que cogiesen uno y pasasen el resto hacia atrás. Cuando
todos tenían una hoja se paseó por las mesas repartiendo el impreso
del examen mientras recitaba las normas:
- Esta del todo prohibido copiar,
como supongo que ya sabéis y, como vea a alguien hablando, aunque
sea solo para pedir un tipex – añadió mirando a Oscar – se va
fuera con un suspenso - Este le devolvió la mirada con el ceño
fruncido y un aire molesto. Una vez comprobó que todos tenían su
examen y sus folios en blanco dio la señal para que empezasen a
escribir. Mientras los estudiantes se afanaban en rellenar el mayor
espacio posible con la letra mas pequeña imaginable (¡qué dolor de
cabeza le esperaba al corregirlos!), se fijaba en las respuestas que
iban dando sus alumnos. Se acercaba a uno al azar y se inclinaba
sobre su hombro para que sintiera su presencia y así ponerle
nervioso, luego miraba alguna respuesta del alumno y chasqueaba la
lengua, estuviese bien o mal, para recrearse en la angustia del pobre
al que le hubiera tocado sufrirle. Dio una vuelta repitiendo el
proceso unas cuantas veces y por fin se encaminó hacia Oscar. El
chico oyó sus pasos y se puso rígido en el sitio, pero sin dejar de
escribir. Luis volvió a disimular una sonrisa y procedió a
atormentar a su alumno “preferido”. Lo primero que le sorprendió
fue que el chaval llevase una hoja por las dos caras escrita casi
entera, y lo siguiente fue que al leer alguna de las preguntas
estaban muy bien contestadas
“Ha estudiado esta vez”,
pensó asombrado. Se fijó entonces en que Oscar tamborileaba
nervioso en la mesa con los dedos, y se dio cuenta de que su
presencia le ponía más nervioso que al resto de alumnos. Se apiadó
de el, sintiendo un poco de lástima y, quizá, en el fondo, muy en
el fondo, un poco de arrepentimiento, y se alejó del niño para
sentarse en su propia mesa. No llegó a apoyarse en la silla cuando
unos toquecitos en la puerta rompieron la magia del examen, haciendo
levantar a todos la cabeza.
- Seguid escribiendo que no os
vais a librar del examen ni aunque haya un incendio – Dijo Luis
antes de abrir la puerta. Los alumnos volvieron a enterrarse en los
folios y él salio al pasillo para ver quién interrumpía.
- Hola Luis ¿qué tal? - era
Olaya, la jefa de estudios.
- ¿Qué tal Olaya? Bien, yo
bien – Olaya llevaba en el centro apenas un par de años y en poco
tiempo había pasado de profesora suplente a jefa de departamento, y
de ahí a jefa de estudios. Por donde iba derrochaba alegría y
siempre tenía una sonrisa pintada en el rostro, pero en ese momento
se encontraba demasiado seria - ¿estás bien? ¿ha pasado algo? -
preguntó Luis algo nervioso
- Verás – empezó ella algo
incomoda – acaba de llegar la madre de uno de tus alumnos para
hablar conmigo.
- ¿Qué alumno? - preguntó él
sin saber muy bien a qué venía aquella actitud.
- Es la madre de Oscar Cerrón –
dijo con lentitud – al parecer ha venido a quejarse de que un
profesor tiene una actitud y un comportamiento inadecuado con su hijo
– Luis supuso por el tono de ella y por el hecho de que estuviera
allí de que se trataba de él mismo, así que preguntó:
- ¿Entonces tengo que ir a
hablar con ella? Ahora mismo tengo un examen.
- Ahora no hace falta – dijo
Olaya – pero después de las clases tenemos una reunión con el
director y el claustro para hablar del tema – a Luis le sorprendió
aquello pues tenía que haber sido muy grave para que el director
tomase cartas en el asunto – además – continuó Olaya – nos
han llegado otras quejas de mas padres, asique es posible que estemos
hasta tarde.
Luis no contestó pero leyó en
la expresión de su colega que aquella reunión no sería agradable.
Ella sin saber muy bien cómo tomarse su silencio se despidió con
una sonrisa forzada y se marchó. Luis volvió a entrar en clase
pensativo y se sentó en su silla ¿Cómo era posible que se hubieran
quejado de él? En 15 años de profesor jamás había tenido ningún
problema. Miró a la segunda fila. Y ahora por un par de niños mal
criados se tenía que enfrentar a una reunión con el director, que
no pintaba del todo agradable.
- Oscar deja de hablar o voy a
tener que quitarte el examen – dijo de pronto el docente en voz
alta.
- Pero si no he dicho nada profe
– se excusó sorprendido el niño.
- Te digo que no sigas hablando
- Pero que no he dicho nada
- Haz el favor de no contestarme
y deja de hablar.
- Pero profe si yo no...
- Dame tu examen ahora mismo.
Toda la clase levantó la cabeza
y miraron primero a su compañero y luego al profesor. Oscar se
levantó temblando de la mesa con la cara roja y los ojos brillantes
y fue a depositar su examen casi acabado en la mesa del profesor.
- Y hazme el favor de ir a
conserjería para pedir un parte de incidencias – el niño abrió
los ojos muy sorprendido y movió la boca como para decir algo, pero
en vez de eso se dio la vuelta y salió del aula dando un portazo.
- Los demás seguid con lo
vuestro que el examen aun no ha terminado – el ruido de bolígrafo
contra el papel le resultaba muy relajante aquel día a Luis. Se
acomodó en su silla y esbozó una media sonrisa mientras observaba
las miradas inquietas que le lanzaban sus alumnos de tanto en tanto.
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