jueves, 14 de abril de 2016

La última hora - Por: Rodrigo H. Gómez

El timbre del colegio se clavaba en el cerebro de cualquiera. Era un sonido más molesto que otra cosa, que parecía avisar de un ataque aéreo. Por suerte, o por desgracia, para Luís, el profesor de matemáticas, el timbre indicaba el comienzo de la última hora de clases. Recogió con lentitud sus cosas de la sala de profesores y se encaminó encorvado al aula 14B. Después de un par de tramos de escaleras llegó a lo que, en primera instancia, parecía un coliseo romano, pues le recibió una salva de gritos y risas de los que serían el público, que espera la muerte de los gladiadores. Luis se sentía gladiador cinco días a la semana.

- ¡¡Silencio!! - exclamó con voz potente para, justo a continuación, observar al enjambre de estudiantes correr despavoridos a sus sitios al grito de “¡el profe, el profe!”.
Luis había aprendido que para hacerse respetar tenía que imponerse sobre los alumnos de aquella manera, o dabas un par de gritos y expulsabas a alguien o se te comían vivo. De vez en cuando castigaba a algún alumno para dejar claro que él no iba a permitir que se le subieran al a chepa. El otro día castigó a Oscar, que estaba en aquella misma clase, por pedir un bolígrafo, al muchacho no le pareció una decisión correcta, pero después de cuarenta minutos cuchicheando sin parar Luis debía intervenir. Más adelante descubrió que habían sido Ana y Jorge, que se sentaban detrás de Oscar, y se prometió estar más atento la próxima vez, aunque así al menos había dado ejemplo y desde entonces el nivel de ruido había descendido bastante. Avanzó hasta su mesa, dejó encima un taco de hojas en blanco y un portafolios con papeles impresos y anunció:
- Examen sorpresa – Desvió la mirada al suelo esperando una enérgica protesta pero tras unos segundos de sepulcral silencio miró a su clase. Todos estaban sentados, muy rectos, mirando al frente, en concreto le miraban a él, de forma acusadora. Miró a la segunda fila, donde se sentaba Oscar, y sonrió. Desde que le había echado de clase los alumnos apenas protestaban, incluso llegaba a forzar situaciones, como aquel examen, para ver hasta dónde aguantaban sus alumnos sin rechistar. Por el momento solo recibía hoscas miradas y algún puchero mal disimulado. Dividió el taco de folios entre los alumnos de la primera fila e indicó que cogiesen uno y pasasen el resto hacia atrás. Cuando todos tenían una hoja se paseó por las mesas repartiendo el impreso del examen mientras recitaba las normas:
- Esta del todo prohibido copiar, como supongo que ya sabéis y, como vea a alguien hablando, aunque sea solo para pedir un tipex – añadió mirando a Oscar – se va fuera con un suspenso - Este le devolvió la mirada con el ceño fruncido y un aire molesto. Una vez comprobó que todos tenían su examen y sus folios en blanco dio la señal para que empezasen a escribir. Mientras los estudiantes se afanaban en rellenar el mayor espacio posible con la letra mas pequeña imaginable (¡qué dolor de cabeza le esperaba al corregirlos!), se fijaba en las respuestas que iban dando sus alumnos. Se acercaba a uno al azar y se inclinaba sobre su hombro para que sintiera su presencia y así ponerle nervioso, luego miraba alguna respuesta del alumno y chasqueaba la lengua, estuviese bien o mal, para recrearse en la angustia del pobre al que le hubiera tocado sufrirle. Dio una vuelta repitiendo el proceso unas cuantas veces y por fin se encaminó hacia Oscar. El chico oyó sus pasos y se puso rígido en el sitio, pero sin dejar de escribir. Luis volvió a disimular una sonrisa y procedió a atormentar a su alumno “preferido”. Lo primero que le sorprendió fue que el chaval llevase una hoja por las dos caras escrita casi entera, y lo siguiente fue que al leer alguna de las preguntas estaban muy bien contestadas
Ha estudiado esta vez”, pensó asombrado. Se fijó entonces en que Oscar tamborileaba nervioso en la mesa con los dedos, y se dio cuenta de que su presencia le ponía más nervioso que al resto de alumnos. Se apiadó de el, sintiendo un poco de lástima y, quizá, en el fondo, muy en el fondo, un poco de arrepentimiento, y se alejó del niño para sentarse en su propia mesa. No llegó a apoyarse en la silla cuando unos toquecitos en la puerta rompieron la magia del examen, haciendo levantar a todos la cabeza.
- Seguid escribiendo que no os vais a librar del examen ni aunque haya un incendio – Dijo Luis antes de abrir la puerta. Los alumnos volvieron a enterrarse en los folios y él salio al pasillo para ver quién interrumpía.
- Hola Luis ¿qué tal? - era Olaya, la jefa de estudios.
- ¿Qué tal Olaya? Bien, yo bien – Olaya llevaba en el centro apenas un par de años y en poco tiempo había pasado de profesora suplente a jefa de departamento, y de ahí a jefa de estudios. Por donde iba derrochaba alegría y siempre tenía una sonrisa pintada en el rostro, pero en ese momento se encontraba demasiado seria - ¿estás bien? ¿ha pasado algo? - preguntó Luis algo nervioso
- Verás – empezó ella algo incomoda – acaba de llegar la madre de uno de tus alumnos para hablar conmigo.
- ¿Qué alumno? - preguntó él sin saber muy bien a qué venía aquella actitud.
- Es la madre de Oscar Cerrón – dijo con lentitud – al parecer ha venido a quejarse de que un profesor tiene una actitud y un comportamiento inadecuado con su hijo – Luis supuso por el tono de ella y por el hecho de que estuviera allí de que se trataba de él mismo, así que preguntó:
- ¿Entonces tengo que ir a hablar con ella? Ahora mismo tengo un examen.
- Ahora no hace falta – dijo Olaya – pero después de las clases tenemos una reunión con el director y el claustro para hablar del tema – a Luis le sorprendió aquello pues tenía que haber sido muy grave para que el director tomase cartas en el asunto – además – continuó Olaya – nos han llegado otras quejas de mas padres, asique es posible que estemos hasta tarde.
Luis no contestó pero leyó en la expresión de su colega que aquella reunión no sería agradable. Ella sin saber muy bien cómo tomarse su silencio se despidió con una sonrisa forzada y se marchó. Luis volvió a entrar en clase pensativo y se sentó en su silla ¿Cómo era posible que se hubieran quejado de él? En 15 años de profesor jamás había tenido ningún problema. Miró a la segunda fila. Y ahora por un par de niños mal criados se tenía que enfrentar a una reunión con el director, que no pintaba del todo agradable.
- Oscar deja de hablar o voy a tener que quitarte el examen – dijo de pronto el docente en voz alta.
- Pero si no he dicho nada profe – se excusó sorprendido el niño.
- Te digo que no sigas hablando
- Pero que no he dicho nada
- Haz el favor de no contestarme y deja de hablar.
- Pero profe si yo no...
- Dame tu examen ahora mismo.
Toda la clase levantó la cabeza y miraron primero a su compañero y luego al profesor. Oscar se levantó temblando de la mesa con la cara roja y los ojos brillantes y fue a depositar su examen casi acabado en la mesa del profesor.
- Y hazme el favor de ir a conserjería para pedir un parte de incidencias – el niño abrió los ojos muy sorprendido y movió la boca como para decir algo, pero en vez de eso se dio la vuelta y salió del aula dando un portazo.

- Los demás seguid con lo vuestro que el examen aun no ha terminado – el ruido de bolígrafo contra el papel le resultaba muy relajante aquel día a Luis. Se acomodó en su silla y esbozó una media sonrisa mientras observaba las miradas inquietas que le lanzaban sus alumnos de tanto en tanto.

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