jueves, 19 de mayo de 2016

La rosa que oculta tus espinas - Por: Rodrigo H. Gómez

Así, en bragas como estaba, Lucia se dirigió a la cocina. Eran las doce y cuarto de la mañana y ella se había levantado hacía cinco minutos. Avanzaba medio distraída por el pasillo cuando su mirada se cruzo con la de la chica del cuarto de baño. 
Era su reflejo, pero tenía algo tan diferente a la última vez que se miró que casi no se había reconocido. Entró en el cuarto para verse más de cerca y encendió la luz, la cual reveló aquello que le llamaba tanto la atención. Tenía la sonrisa mas amplia que recordaba en aquella cara, que tanto tiempo había permanecido en sombras.. Se regodeó unos segundos mas en aquella expresión de felicidad y luego evaluó con ojo crítico cada parte de su cuerpo semidesnudo. Fue bajando lentamente, admirando cada centímetro de su piel, cada estría, cada cicatriz. En concreto se detuvo en una que tenía en el costado izquierdo, muy cerca del pecho, y apreció la notable mejoría tanto tiempo después ¿cuánto tiempo? ¿unos cinco meses? quizá seis. Volvió a sonreír, y su reflejo se despidió con un guiño de complicidad. Por fin en la cocina, se puso una taza de café y fue a sentarse en el sofá del salón, para disfrutar el liquido caliente. Al entrar en la estancia le recibió un ramo de rosas bastante extravagante en un jarrón de imitación chino. Lo miró unos segundos con el ceño fruncido. Tenía pensado acordarse de aquello mas tarde, después del café o incluso después de la ducha, pero allí estaban esas preciosas flores para traerla a la realidad. Se acercó dubitativa y acarició los pétalos de una de las rosas más exteriores, el tacto era suave y la sacó del jarrón para aspirar su aroma. Le encantaban las rosas. Algo colgaba de una de las que había en el jarrón. La nota que venía con el ramo. La cogió entre sus dedos y volvió a leer su contenido:
- “ Hola Luci. Espero que hayas sido capaz de perdonarme. Me gustaría invitarte a tomar algo para hablar e intentar arreglarlo todo. Con todo mi amor. Víctor.”
Lucía dejó la nota y colocó su rosa con las demás sin poder reprimir una media sonrisa. Contempló el ramo detenidamente. Las flores eran de un rojo anaranjado, y en los tallos no tenían espinas, al menos no todas, pues al ponerlas en el jarrón el día que llegaron a casa, se hizo un raspón en la palma de la mano. Parecían tan inofensivas que en ningún momento se le ocurrió pensar que pudieran estar ocultando algo tan doloroso en su interior.
Se inclinó sobre el jarrón y empezó a buscar respuestas en el interior del regalo de Víctor. Tuvo que sacar la mitad de las flores hasta que dio con aquella torre de espinas oculta entre sus compañeras, como escondiéndose. Justo se le ocurrió pensar en cuanto le había costado encontrar ayer a Víctor en el café, el cual se había apostado detrás de una columna “para apreciar su belleza antes del encuentro” según el. Intentó sacar la rosa con cuidado, pero no hubo manera, cuando se quiso dar cuenta, ya tenía otra herida en la mano. Mirando bien la flor se percató de que era bastante mas pequeña que las demás, por eso no la había visto, además, tenía algunos pétalos arrugados y secos, de color marrón, lo cual le daba un aspecto mustio, como si no estuviera de buen humor. El Víctor encorvado de la cita de ayer, que parecía haberse convertido en una sombra del recuerdo que ya empezaba a borrar, le volvió a la memoria. Llevaba una barba de varios meses bastante desaliñada y parecía que la ropa había sido elegida sin mucho detalle ni especial interés, además de una mirada extraña, como resentida. Intentó arrancar esas hojitas secas para ver si podía arreglar un poco aquella triste flor, pero estaban muy bien agarradas y cuanto mas tiraba de ellas mas se clavaban las espinas. Después de una dolorosa e infructífera batalla desistió. Ya tenía bastante con la cicatriz de su costado como para ademas llenarse las manos de nuevas cicatrices. La cogió entre dos dedos y se dirigió al cubo de la basura de la cocina con el ceño fruncido. Pulsó el pedal y la negrura de la bolsa se abrió dispuesta a tragarse cualquier desecho. Mujer y flor se miraron una última vez. Lucía pensó que quizá era demasiado extremista deshacerse así de aquella inocente flor, y la flor como para recordarle porque la había llevado hasta ahí le mordió el dedo corazón. Lanzando un improperio, Lucía hundió la rosa en las profundidades del cubo y soltando el pedal con rencor dijo:
- Creías que ibas a poder engañarme con todas esas rosas tras las que te ocultabas. Pero esta es la última vez que me haces una herida. No te necesito para disfrutar de una agradable fragancia ni de una hermosa vista. Soy perfectamente capaz de vivir mi vida sin ti ni nadie que quiera hacerme daño como tu. Adiós, no te echaré de menos.

Se volvió al salón para recolocar el resto de flores y arrancar la nota que aun seguía amarrada a ellas. Después de echarla sin mucho cuidado junto a la ya casi olvidada rosa, cogió su desatendida taza de café y se tumbó en el sofá, estirándose todo lo larga que era, dejándose acariciar por una súbita sensación de libertad y felicidad.

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