Así, en bragas como estaba,
Lucia se dirigió a la cocina. Eran las doce y cuarto de la mañana y
ella se había levantado hacía cinco minutos. Avanzaba medio
distraída por el pasillo cuando su mirada se cruzo con la de la
chica del cuarto de baño.
Era su reflejo, pero tenía algo tan diferente a la última vez que se miró que casi no se había reconocido. Entró en el cuarto para verse más de cerca y encendió la luz, la cual reveló aquello que le llamaba tanto la atención. Tenía la sonrisa mas amplia que recordaba en aquella cara, que tanto tiempo había permanecido en sombras.. Se regodeó unos segundos mas en aquella expresión de felicidad y luego evaluó con ojo crítico cada parte de su cuerpo semidesnudo. Fue bajando lentamente, admirando cada centímetro de su piel, cada estría, cada cicatriz. En concreto se detuvo en una que tenía en el costado izquierdo, muy cerca del pecho, y apreció la notable mejoría tanto tiempo después ¿cuánto tiempo? ¿unos cinco meses? quizá seis. Volvió a sonreír, y su reflejo se despidió con un guiño de complicidad. Por fin en la cocina, se puso una taza de café y fue a sentarse en el sofá del salón, para disfrutar el liquido caliente. Al entrar en la estancia le recibió un ramo de rosas bastante extravagante en un jarrón de imitación chino. Lo miró unos segundos con el ceño fruncido. Tenía pensado acordarse de aquello mas tarde, después del café o incluso después de la ducha, pero allí estaban esas preciosas flores para traerla a la realidad. Se acercó dubitativa y acarició los pétalos de una de las rosas más exteriores, el tacto era suave y la sacó del jarrón para aspirar su aroma. Le encantaban las rosas. Algo colgaba de una de las que había en el jarrón. La nota que venía con el ramo. La cogió entre sus dedos y volvió a leer su contenido:
Era su reflejo, pero tenía algo tan diferente a la última vez que se miró que casi no se había reconocido. Entró en el cuarto para verse más de cerca y encendió la luz, la cual reveló aquello que le llamaba tanto la atención. Tenía la sonrisa mas amplia que recordaba en aquella cara, que tanto tiempo había permanecido en sombras.. Se regodeó unos segundos mas en aquella expresión de felicidad y luego evaluó con ojo crítico cada parte de su cuerpo semidesnudo. Fue bajando lentamente, admirando cada centímetro de su piel, cada estría, cada cicatriz. En concreto se detuvo en una que tenía en el costado izquierdo, muy cerca del pecho, y apreció la notable mejoría tanto tiempo después ¿cuánto tiempo? ¿unos cinco meses? quizá seis. Volvió a sonreír, y su reflejo se despidió con un guiño de complicidad. Por fin en la cocina, se puso una taza de café y fue a sentarse en el sofá del salón, para disfrutar el liquido caliente. Al entrar en la estancia le recibió un ramo de rosas bastante extravagante en un jarrón de imitación chino. Lo miró unos segundos con el ceño fruncido. Tenía pensado acordarse de aquello mas tarde, después del café o incluso después de la ducha, pero allí estaban esas preciosas flores para traerla a la realidad. Se acercó dubitativa y acarició los pétalos de una de las rosas más exteriores, el tacto era suave y la sacó del jarrón para aspirar su aroma. Le encantaban las rosas. Algo colgaba de una de las que había en el jarrón. La nota que venía con el ramo. La cogió entre sus dedos y volvió a leer su contenido:
- “
Hola Luci. Espero que hayas sido capaz de perdonarme. Me
gustaría invitarte a tomar algo para hablar e intentar arreglarlo
todo. Con todo mi amor. Víctor.”
Lucía dejó la nota y colocó su
rosa con las demás sin poder reprimir una media sonrisa. Contempló
el ramo detenidamente. Las flores eran de un rojo anaranjado, y en
los tallos no tenían espinas, al menos no todas, pues al ponerlas en
el jarrón el día que llegaron a casa, se hizo un raspón en la
palma de la mano. Parecían tan inofensivas que en ningún momento se
le ocurrió pensar que pudieran estar ocultando algo tan doloroso en
su interior.
Se inclinó sobre el jarrón y
empezó a buscar respuestas en el interior del regalo de Víctor.
Tuvo que sacar la mitad de las flores hasta que dio con aquella torre
de espinas oculta entre sus compañeras, como escondiéndose. Justo
se le ocurrió pensar en cuanto le había costado encontrar ayer a
Víctor en el café, el cual se había apostado detrás de una
columna “para apreciar su belleza antes del encuentro” según el.
Intentó sacar la rosa con cuidado, pero no hubo manera, cuando se
quiso dar cuenta, ya tenía otra herida en la mano. Mirando bien la
flor se percató de que era bastante mas pequeña que las demás, por
eso no la había visto, además, tenía algunos pétalos arrugados y
secos, de color marrón, lo cual le daba un aspecto mustio, como si
no estuviera de buen humor. El Víctor encorvado de la cita de ayer,
que parecía haberse convertido en una sombra del recuerdo que ya
empezaba a borrar, le volvió a la memoria. Llevaba una barba de
varios meses bastante desaliñada y parecía que la ropa había sido
elegida sin mucho detalle ni especial interés, además de una mirada
extraña, como resentida. Intentó arrancar esas hojitas secas para
ver si podía arreglar un poco aquella triste flor, pero estaban muy
bien agarradas y cuanto mas tiraba de ellas mas se clavaban las
espinas. Después de una dolorosa e infructífera batalla desistió.
Ya tenía bastante con la cicatriz de su costado como para ademas
llenarse las manos de nuevas cicatrices. La cogió entre dos dedos y
se dirigió al cubo de la basura de la cocina con el ceño fruncido.
Pulsó el pedal y la negrura de la bolsa se abrió dispuesta a
tragarse cualquier desecho. Mujer y flor se miraron una última vez.
Lucía pensó que quizá era demasiado extremista deshacerse así de
aquella inocente flor, y la flor como para recordarle porque la había
llevado hasta ahí le mordió el dedo corazón. Lanzando un
improperio, Lucía hundió la rosa en las profundidades del cubo y
soltando el pedal con rencor dijo:
- Creías que ibas a poder
engañarme con todas esas rosas tras las que te ocultabas. Pero esta
es la última vez que me haces una herida. No te necesito para
disfrutar de una agradable fragancia ni de una hermosa vista. Soy
perfectamente capaz de vivir mi vida sin ti ni nadie que quiera
hacerme daño como tu. Adiós, no te echaré de menos.
Se volvió al salón para
recolocar el resto de flores y arrancar la nota que aun seguía
amarrada a ellas. Después de echarla sin mucho cuidado junto a la ya
casi olvidada rosa, cogió su desatendida taza de café y se tumbó
en el sofá, estirándose todo lo larga que era, dejándose acariciar
por una súbita sensación de libertad y felicidad.
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