El
oro con que amanece el sol corona los edificios. En la calle el único
peatón es el viento que, a esa hora, es un dulce y fresco compañero.
Le veo avanzar entre los arboles y cruzar los pasos de cebra,
deleitándome en la absoluta soledad que me acompaña, el silencio
que me envuelve y la tranquilidad que se respira. Recuerdo los largos
paseos por medio de la calzada solo por disfrutar de la ausencia de
la gente y la complicidad de mis pasos y las paredes, que me
acompañan como espectadores de mi danza conmigo mismo, en este
escenario que llamo Madrid, representando la obra “Gran Vía, 1 de
Agosto, 7:30h”
"La madurez de una persona es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba de niñx"(Friedrich Nietzsche)
martes, 26 de abril de 2016
jueves, 14 de abril de 2016
La última hora - Por: Rodrigo H. Gómez
El timbre del colegio se clavaba
en el cerebro de cualquiera. Era un sonido más molesto que otra
cosa, que parecía avisar de un ataque aéreo. Por suerte, o por
desgracia, para Luís, el profesor de matemáticas, el timbre
indicaba el comienzo de la última hora de clases. Recogió con
lentitud sus cosas de la sala de profesores y se encaminó encorvado
al aula 14B. Después de un par de tramos de escaleras llegó a lo
que, en primera instancia, parecía un coliseo romano, pues le
recibió una salva de gritos y risas de los que serían el público,
que espera la muerte de los gladiadores. Luis se sentía gladiador
cinco días a la semana.
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