domingo, 5 de junio de 2016

Anori el esquimal

Anori llevaba tres días caminando por el ártico. Estaba cansado pero a sus treinta y un años había caminado tanto por aquellos parajes helados que bien le podrían convalidar el Camino de Santiago. 

El sol estaba en su punto más alto y hacía brillar la nieve alrededor del explorador. Este se tomó un respiro para contemplar el maravilloso paisaje que se extendía frente a él. Dio un trago a su cantimplora y sonriendo se sentó, ajeno al frío de la nieve. Había salido hacía tres días del poblado y, salvo por un pequeño zorro de nieve que había cazado el día anterior, no había encontrado ninguna presa. Por fortuna estaba curtido y podía aguantar bastante tiempo sin comer, aunque no podía decir lo mismo de la gente de su aldea. Hacía dos semanas que los pescadores habían salido a buscar sustento para todos, pero mientras ellos estaban fuera necesitaban algo que comer, por eso habían pedido al mejor cazador que les prestase su ayuda, para aguantar hasta la vuelta de los otros. Anori se desabrochó un poco el grueso abrigo de piel. Aquel día, extrañamente soleado, hacía bastante más calor del habitual. Palpó la nieve cerca de el y la notó blanda y suelta, no había cuajado bien. Seguramente las presas estarían huyendo de aquel extraño clima y por eso le resultaba tan complicado localizar algo que llevar a su aldea. Se puso en marcha de nuevo y siguió caminando. Aun tuvieron que pasar unas cuantas horas hasta que atisbó algo en la lejanía. El sol seguía brillando alto, y el reflejo de la luz en la nieve no ayudaba a identificar que clase de animal deambulaba a lo lejos. El cazador resopló nervioso y decidió desasirse del ya inútil abrigo, y cogiendo unicamente su lanza y un pequeño cuchillo fue a por su presa. Se consiguió acercar sin ser detectado y, oculto tras un montículo de nieve, evaluó la situación. Era una figura grande y peluda que avanzaba lentamente en su dirección ¡un oso polar! La sonrisa no llegó a florecer, pues al instante vio que era el oso mas delgado de cuantos había visto. Soltó una maldición por lo bajo y se preparó para asaltarle, pues aunque no fuese suficiente no podía permitirse dejarlo pasar. Aprovechando que el viento soplaba en su dirección y que el animal estaba algo distraído salió de su escondite y le arrojó una certera lanza. El animal cayó muerto antes de saber que estaba pasando. Anori avanzo cauteloso para comprobar que estaba realmente abatido. Le dio unos toquecitos con el cuchillo, y al ver que no se movía se arrodilló a su lado y empezó a darle las gracias. Le agradeció por poder aprovechar su piel para utilizarla de abrigo, le agradeció poder usar su carne como alimento, y le agradeció poder usar su vida para salvar la de la gente del poblado. Se dispuso a despellejarle pero se fijó en que tenía calvas en ciertas partes del cuerpo, además, la delgadez era más extrema de lo que había pensado en un primer momento. Le miró el rostro al animal y creyó ver mucho sufrimiento en sus ojos sin vida. Se retiró un poco para verlo mejor. Tenía el pelaje empapado, signo de haber estado nadando, pero eso era muy raro, no estaban cerca de la costa y aun con ese calor el hielo no se derretía en aquella época del año. De pronto le asaltó un terrible presentimiento. Extrajo su lanza del oso, que parecía descansar por fin, y se encamino veloz a la dirección de la que venía el animal. Corrió durante unos minutos hasta llegar a una elevación de nieve. La trepó con habilidad y una vez superada se paró en seco. Frente a el se extendía un panorama desolador. Lo que debían ser kilómetros y kilómetros de hielo macizo no eran mas que un montón de islas de hielo flotando a la deriva. Las había mas grandes y mas pequeñas pero ninguna abarcaba lo suficiente como para construir encima un igloo. Bajó hasta la costa helada con el corazón encogido, y recordó lo que le dijo su madre justo antes de morir “Anori, mi querido hijo, siento en mis pobres huesos que algo terrible se avecina. El viento aulla de dolor, el sol esta furioso y el suelo tiembla con cada paso que damos. Ayuda al pueblo e intenta calmar a los espíritus”. Soltó la lanza y contempló impotente las islas que tantas veces había recorrido cuando eran un único suelo. Se fijó en una que estaba a unos cuantos metros y le pareció ver una mancha oscura sobre ella. Quizá fuese otro animal cansado y perdido, y sin recordar el motivo de su viaje saltó de isla en isla para ayudar a la pobre criatura. Aquella idea resultó ser mas peligrosa de lo que había pensado, pues los bloques de hielo se bamboleaban demasiado cuando se movía por ellos. En el último salto estuvo a punto de perder pie y hundirse en el agua helada, pero utilizó la lanza a modo de pértiga y consiguió llegar a su destino. La mancha oscura no era un oso, pero tampoco era un animal reconocible para él. Se acercó a identificarlo vio que tenía una pata levantada y congelada en una postura extraña. Al acercarse un poco mas se dio cuenta de que no era una pata extraña, era un brazo humano. El viento empezó a aullar pesaroso, agitando el agua al rededor de la isla, mientras Anori apartaba la nieve que ocultaba el rostro de aquella persona congelada. El sol, que se había estado ensañando con la nuca del explorador, se ocultó tras una nube mientras él, encorvado, sollozaba sosteniendo entre sus brazos el cadáver que había encontrado. Era Nanuk, el el líder de la expedición de pesca, que le había prometido volver con el pescado mas grande que hubiera visto jamas. El suelo se revolvió inquieto y empezó a crujir. Anorí reaccionó tarde cuando una ráfaga de viento demasiado fuerte levantó una ola que hizo volcar el islote sobre el que estaba. El agua estaba tan fría que sintió millones de cuchillos cortándole la piel al hundirse. Nadó desesperado hacia la superficie gris donde el sol no le esperaba, pero una barrera de hielo fino le corto el paso. Trató de golpearlo pero bajo el agua sus movimientos eran lentos y pesados y apenas consiguió resquebrajar la, cada vez más gruesa, capa de hielo. Empujó, gritó e incluso utilizó su cuchillo, pero nada podía contra el repentino hielo. Cada vez tenía menos fuerza y ya había dejado de sentir las manos y los pies. El cuchillo se le escapó de las manos y observó impotente como se hundía en las profundidades. Le pareció ver al resto de la expedición de pesca ahí abajo, le estaban esperando. Malik le llamaba con su simpática sonrisa mientras Miki reía con Sialuk. Singajik le ofrecía una bebida caliente y tras el estaba su madre, que le esperaba con los brazos abiertos. Trató de coger una bocanada de aire y sus pulmones se llenaron de agua, que volvió a acuchillarle desde dentro esta vez. Sin darse cuenta se había ido hundiendo mientras perdía el sentido y ahora estaba demasiado lejos de la superficie para tratar de nadar hacia ella. El dolor del hielo en su interior solo se vio superado por el dolor de la falta de oxigeno en su cuerpo, y en aquella silenciosa oscuridad hacia la que se dirigía escuchaba magnificados los latidos de su corazón, los cuales retumbaban anunciando el final del trayecto, cada vez mas espaciados unos de otros, cada vez con menos fuerza. La negrura empezó a bordear la visión de Anori y antes de cerrar los ojos para dejarse llevar, una mancha roja cruzó por delante de sus ojos. Estiró un brazo entumecido para agarrar aquello que resaltaba tanto contra el azul y blanco del hielo ártico. Era un objeto cilíndrico con letras blancas sobre fondo rojo y en un extremo tenía un agujero. Detrás de aquel pequeño trasto vinieron una bolsa de plástico blanco y una red con seis agujeros circulares, en la cual había atrapada una cría de foca. Animal y humano se miraron con lo poco que les quedaba de aliento, sabiendo que serían lo último que iban a ver. Una corriente submarina trajo mas desechos que separaron a ambos seres moribundos y se los tragó sin piedad, vencedora de una batalla que costará mas vidas inocentes en un futuro no muy lejano, de las que nadie se podría imaginar.

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